jueves, 19 de junio de 2014

Dos niñas como botín de guerra


16-06-14| El secuestro de dos bebas, ocurrido en Mendoza en el marco del operativo de febrero de 1976, fue prácticamente un ensayo de lo que acontecería en el país con el robo y apropiación de niños y niñas durante la Dictadura. Declararon el matrimonio Ivonne Larrieu – Alberto Muñoz y Stella Maris Ferrón, secuestradas junto a sus hijitas en el mencionado operativo contra sindicalistas y militantes cercanos a Montoneros.

Ivonne Larrieu abraza a su hija María Antonia, bajo la mirada de Alberto Muñoz

"No nos han vencido”

Ivonne Larrieu tenía 18 años, el 9 de febrero de 1976, cuando un grupo de tareas se la llevó de su casa junto con su hija María Antonia, quien había nacido el 25 de enero de ese mismo año. La mujer y la beba fueron trasladadas al D 2 e idéntica suerte corrió el marido de ella y padre de la niña, Alberto Muñoz. Los tres fueron arrebatados de una vivienda del barrio SOEVA que les había prestado Miguel Ángel Gil, amigo y compañero de militancia.
Ivonne y Alberto, oriundos de Mar del Plata, eran militantes de la UES (Unión de Estudiantes Secundarios), organización ligada a Montoneros. Al detectar que eran vigilados y perseguidos, decidieron venir a vivir a Mendoza.
En el D 2, a Larrieu y su bebita las dejaron en una habitación vacía, sin muebles ni colchones. Durante por lo menos 4 días, a la joven madre no le dieron comida ni agua pero aún así pudo amamantar a Antonia. Tampoco le dieron pañales por lo que para higienizar a la nena utilizaba pedacitos de la funda de almohada con que tenía vendada la cabeza.
Con entereza y valentía, Ivonne, contó las torturas y vejámenes sexuales sufridos por las detenidas. Después de 17 días de padecimientos fue llevada a una comisaría en la que le tomaría declaración el ex juez Rolando Carrizo a quien, si bien no identificó de manera fehaciente, muchos testigos coinciden en ubicarlo en una Comisaría, en la que interrogó a quienes venían del D 2, para luego enviarlos a la Penitenciaría.
Ya en la cárcel mendocina, cuando tenía 5 meses, a Antonia debieron llevarla de urgencia al hospital Militar para operarla por una obstrucción intestinal. En esa intervención le provocaron quemaduras en la cola, aparentemente con agua caliente.”Ella también estaba presa. ¡Tenía 15 días y era una víctima más! Nos les importó nada, qué animales, si se moría, se moría”, dijo conmovida la mujer.
“Sin embargo, no nos han vencido…”, agregó la testigo en un emocionado tramo de su declaración.

“Rehén, no preso”

Alberto Mario Muñoz, esposo de Ivonne Larrieu, tenía 18 años al momento de su secuestro; fue trasladado al D2, pateado, golpeado y picaneado en sus calabozos. Pudo saber que su mujer y su hija estaban vivas recién cuando fue llevado ante el juez Carrizo, junto con sus compañeros de cautiverio. “Sin camisa, descalzo, flaco y con mi cuerpo que parecía un mapa de borceguíes, Carrizo me dijo que yo era un comunista. Estaba enfurecido y me exigía que me declarara culpable”, contó Muñoz.
Nunca tuvo contacto con sus defensores oficiales, aunque en los papeles están consignados los nombres de Guillermo Petra y Garguir para ejercer esa función.
“Yo no fui preso, fui rehén”, reflexionó el testigo y añadió que “los hombres la pasamos muy mal, pero las compañeras la pasaron peor”- dijo- “No existe ninguna doctrina que diga que las guerras se ganan violando mujeres, si es que insisten con que hubo una guerra… Nuestras mujeres eran hermosas y valientes y hoy, aún las que no están, son más hermosas y valientes”.
María Antonia Muñoz Larrieu, aquella niña de 15 días secuestrada junto a su madre, ya mujer, estuvo en primera fila acompañando los duros testimonios de su madre y su padre.

Ensayo de apropiación
Ferrón: cuando me devolvieron Yanina tenía el enterito del día del secuestro (hacía un más de un mes), olor a amoníaco, estrabismo en los ojos e infecciones varias.


Stella Ferrón frente al Tribunal

Stella Maris Ferrón, licenciada en Ciencias de la Educación, oriunda de Santa Fe, fue secuestrada el 9 de febrero de 1976 y trasladada al D 2. Recibió un trato similar al de las otras mujeres detenidas, con el agravante que los ataques sexuales y la picana le provocaron un aborto
La aprehendieron junto a su hija Yanina, de 10 meses; increíblemente, también a la beba la golpearon y hasta le aplicaron corriente en su cuerpo con un cable conectado a un auto. Luego se la quitaron.
Como a los demás integrantes de la denominada Causa Rabanal, a Stella Maris, luego de unos 18 días, la llevaron ante el juez Carrizo. “Yo sólo le pedía que me devolvieran a mi hija y Carrizo me dijo que no sabía que yo iba a declarar y que por eso no había averiguado nada de la nena. Y me interrogaba dónde estaba mi esposo”, narró la testigo. Su marido, José Antonio Rossi, en ese momento se encontraba en la clandestinidad; posteriormente, fue secuestrado en un café céntrico mendocino, el 27 de mayo de 1976, y aún está desaparecido.
Desde el momento de la detención de ambas, la familia de Ferrón se abocó a la búsqueda de la pequeña. Sin resultados positivos decidió regresar a Santa Fe. En esa ciudad, la madre de Stella, solicitó la mediación del entonces obispo, Monseñor Zaspe, quien, presume la testigo, se comunicó con la curia mendocina hasta que finalmente dieron con el paradero de la criatura.
La hija de Ferrón había quedado en poder del comisario Juan Félix Amaya, de la seccional 25°. En la actuación policial consta que el funcionario “por peligro moral y material se hace cargo de la niña”. Sin embargo, cuando la entregó a los padres de la detenida, el 12 de marzo, Yanina tenía el mismo enterito que el día del secuestro -había pasado más de un mes- olor a amoníaco, estrabismo en los ojos e infecciones varias. Ya con Stella, en la cárcel, debió soportar un simulacro de fusilamiento estando en brazos de su mamá; a raíz de clima de inseguridad y agresión que vivían, Ferrón decidió entregársela a sus padres.
“Las consecuencias psíquicas han sido severas”, dice parte de un informe médico con el que Stella Maris Ferrón cerró su testimonio.

martes, 17 de junio de 2014

Juicio de lesa humanidad a los ex jueces

Miret le tomó declaración a un ex detenido que vestía sólo pantalones

Al ex juez no le llamó la atención que los militares le llevaran un detenido sin ropa, con el torso desnudo. Tampoco que no pudiera declarar por el estado en el que se encontraba por la tortura. Se trataba de Alberto Mario Muñoz, que fue secuestrado con su esposa, Ivonne Larrieu, en 1976. Ella fue violada en el D2, al igual que otras detenidas-desaparecidas.

“Es una cochina mentira”, dijo Ivonne Larrieu. Así definió el acta que le hizo firmar el juez Rolando Carrizo, en la Unidad Regional Primera de la Policía de Mendoza. Ella no tenía idea qué decía el acta, pero esa firma era el pasaporte para su legalización: saldría del centro clandestino de detención donde la habían violado y torturado, en un entrepiso del Palacio Policial mendocino, y pasaría al penal provincial. Todo eso acompañada por su hija, de 15 días de vida, que había sido secuestrada con ella, un mes antes del golpe de Estado de 1976.

La detención de Larrieu fue parte de una razzia que incluyó la caída de varios militantes y simpatizantes de Montoneros. Todos ellos fueron apresados en Mendoza, llevados a los calabozos del Palacio Policial, donde hoy funciona un archivo, torturados durante una semana y legalizados con la asistencia del juez Carrizo. Junto con él trabajaron, para el dispositivo represivo, los defensores y jueces subrogantes Luis Miret y Petra Recabarren. Ambos habían firmado el acta como defensores pero ella no lo supo nunca. Se enteró cuando los abogados le leyeron ese texto, firmado con un torturado al lado.

Carrizo, Miret y Petra Recabarren están acusados junto al ex juez Otilio Romano de participar del terrorismo de Estado. Los juzgan en el marco de una causa judicial que incluye a 41 imputados y se desarrolla en los Tribunales Federales mendocinos.

Los ex jueces Luis Miret y Otilio Romano, acusados de crímenes de lesa humanidad.

Larrieu fue secuestrada junto con su marido, Alberto Mario Muñoz. Ambos vivían en Mar del Plata pero viajaron a Mendoza en febrero de 1976. Se habían alojado en la casa de Miguel Angel Gil. Ahí los fue a buscar la patota policial la noche del 9 de febrero: los sacaron de la cama, les vendaron los ojos con ropa y los empezaron al golpear. A Muñoz lo sacaron a la calle y lo tiraron al piso. Mientras uno de los policías le pisaba los dedos, otro le saltaba en la espalda y le pateaba la cabeza.

De ahí lo llevaron, junto a su mujer y a Gil, al D2. A todos los torturaron durante varios días: golpes picana, simulacros de fusilamiento. A Larrieu, como ocurrió con las otras mujeres secuestradas, también la violaron reiteradamente. Esa cadena sistemática del horror le costó el embarazo a Stella Maris Ferrón, otra de las detenidas en la primera quincena de febrero de 1976, que declaró esta mañana, al cerrar una audiencia de cinco horas.

En su declaración, Muñoz ratificó todo lo que contó su esposa y agregó detalles del accionar judicial: cuando lo llevaron ante el juez Miret vestido sólo con un pantalón. Al magistrado no le llamó la atención, tampoco que no pudiera declarar por el estado en el que se encontraba.

A Ferrón la fueron a buscar el 10 de febrero de 1976, un día después que a Larrieu, Gil y Muñoz. Su marido intentó frenar el asalto y se tiroteó con la patota policial. Mientras ella, embarazada de dos meses y con su hija en brazos saltaba la pared trasera de su casa. Pero la atraparon y la golpearon. Querían que les contara dónde había ido su marido, que había logrado escapar.

En el camino al D2 no dejaron de amenazarla. Le sacaron a su hija y le dijeron que la matarían. En los calabozos del entrepiso del Palacio Policial la torturaron como al resto de las mujeres y perdió su embarazo.

Un día la llevaron a entrevistarse con el juez Carrizo y ella pidió por su hija. Le respondió que estaba bien. Fue enviada a una cárcel, legalizada,  logró que su hija, que había sido llevada a la casa de un comisario, volviera con ella. Ambas estuvieron presas en Villa Devoto, junto a Larrieu.

A 38 años del asesinato de Paco Urondo, militante, periodistas, poeta y autor de "La patria fusilada"

El 17 de junio de 1976 era asesinado en Mendoza el responsable de la Regional Cuyo de Montonero. En su célebre libro denunció la "Masacre de Trelew" perpetrada por oficiales de la Armada el 22 de agosto de 1972.
 
Su figura no sólo dejó huellas en el plano político, sino también en las letras, ya que fue el poeta que escribió: "Del otro lado de la reja está la realidad, de este lado de la reja también está la realidad; la única irreal es la reja; la libertad es real aunque no se sabe bien si pertenece al mundo de los vivos, al mundo de los muertos...".

El 17 de junio de 1976, en Guaymallén, Mendoza, el auto en el que viajaban Urondo, su mujer Alicia Raboy, la hija de ambos, Ángela Urondo, de ocho meses, y la compañera de ambos, René "la Turca" Ahualli, fue interceptado a balazos por fuerzas de seguridad.

El entonces responsable de la Regional Cuyo de Montoneros decidió mentirle a su mujer y decirle que había tomado una pastilla de cianuro, con la intención de que ella escapara junto a su hija, pero en verdad lo secuestraron y asesinaron a golpes.

Alicia Raboy fue secuestrada y trasladada al Departamento 2 (D2) de Inteligencia de la policía mendocina que funcionaba en el
Palacio Policial, a dos cuadras de la Casa de Gobierno -el centro clandestino más importante de esa provincia-, y nunca más se supo de ella.

A su beba Ángela, su familia materna la halló 20 días más tarde en la Casa Cuna, luego de haber pasado también por el D2. La adoptó una prima de su madre, pero recién a los 20 años conoció su verdadera historia.

El 6 de octubre de 2011 el Tribunal Oral Federal 1 de Mendoza condenó a prisión perpetua a cuatro ex policías y aplicó la pena de doce años de prisión a un ex teniente acusados por crímenes de lesa humanidad, entre ellos el de "Paco" Urondo y Alicia Raboy.

En abril de 1973 escribía, en la Cárcel de Villa Devoto, donde compartió celda con los sobrevivientes de Trelew, luego desaparecidos como él: "los sueños, sueños son; los recuerdos, aquel cuerpo, ese vaso de vino, el amor y las flaquezas del amor, por supuesto, forman parte de la realidad; un disparo en la noche, en la frente de estos hermanos, de estos hijos, aquellos gritos irreales de dolor real de los torturados en el ángelus eterno y siniestro, en una brigada de policía cualquiera, son parte de la memoria, no suponen necesariamente el presente, pero pertenecen a la realidad"